El Dueño de la Galaxia


 

30 de Abril de 2.002

ATENCIÓN : Esta noticia contiene datos y/o imágenes consideradas SPOILER de modo que si no deseas conocer nada del Episodio II antes de su estreno no sigas leyendo.

La revista dominical del diario "El Pais" ha contenido esta semana un reportaje de 12 hojas sobre "El Ataque de los Clones". Junto a estas líneas de presentación encontrareis las imágenes, la entrevista a George Lucas y el texto de un interesante artículo.

EL DUEÑO DE LA GALAXIA

Artículo de D. Carlos Ruiz Zafón

‘El ataque de los clones’, quinta entrega de la saga ‘La guerra de las galaxias’, llega a España el día 17. Es la historia más romántica de la serie y la primera rodada en soporte digital. Su autor, George Lucas, habla de su última criatura y de su forma de hacer cine.

Empieza a atardecer cuando cruzo el Golden Gate y veo desvanecerse San Francisco en una niebla escarlata. Tras 11 millas de curvas a través de un bosque frondoso, etéreo, llego a la enigmática entrada, invisible al viajero accidental, que conduce al Skywalker Ranch, el refugio secreto de George Lucas. Le sonrío al objetivo de una cámara y doy mi nombre. “Bienvenido”, susurra una voz electrónica. Las compuertas se abren. Bienvenido a Xanadú, pienso yo.

En 1978, George Lucas adquirió un rancho casi abandonado en este rincón remoto a 15 millas de San Francisco. A lo largo de dos décadas más que prodigiosas, el huracán de millones generado por la serie de La guerra de las galaxias se ha sublimado, en este valle privado, en la obra faraónica más delirante de la costa californiana. Al adentrarme en los dominios del Ciudadano Lucas me tropiezo con ciervos, un lago (artificial), formaciones de mansiones victorianas y hasta una estación de bomberos privada. No voy a ver a Lucas hasta el día siguiente, así que me retiro a pasar la noche en el opulento cottage al estilo Cape Cod destinado a los huéspedes. Esta noche soy el único ocupante.

Antes de acostarme salgo a pasear por los corredores y descubro que cada una de las suites es temática y está dedicada (y decorada) en honor a uno de los héroes de Lucas: Orson Welles, Akira Kurosawa, George Gershwin. Al día siguiente me encamino a lo que se conoce como Main House, un delirio de arquitectura victoriana que alberga el santuario personal de Lucas. Al entrar tengo la impresión de haberme colado en un fotograma de Lo que el viento se llevó. Espero ver en cualquier momento a Scarlett O’Hara descender por una escalinata cuyo coste calculo equivalente al producto nacional bruto de Sudán. Más tarde, al comentar esta impresión, una de las colaboradoras de Lucas me sonreirá y me dirá que cuando el actor Robin Williams visitó la casa se tiró de rodillas al suelo y empezó a gritar: “¡Tara! ¡Tara!”. Empiezo a merodear por la mansión, explorando salones de música, rotondas y una biblioteca circular con cúpula de cristal tintado que parece robada de un episodio de las aventuras de Indiana Jones. Pese al aspecto de estudiada antigüedad, todo aquí es nuevo, impecable. Los campos de césped y bosques del rancho cubren una matriz de cables de fibra óptica y una alfombra tecnológica que nada tiene que envidiar a Silicon Valley, al otro lado de la bahía de San Francisco. Al fin y al cabo, éste es el santuario de Lucasfilm.

Nada aquí es lo que parece. Ni el ascensor, una deliciosa cápsula art déco de madera labrada a mano que me conduce al despacho de Lucas. Lo primero que advierto al entrar es que no hay un solo objeto en toda la sala que tenga que ver con La guerra de las galaxias o con el mundo del cine. George Lucas –perenne en su uniforme de tejanos, camisa a cuadros y deportivas– es un hombre silencioso, de aire meditabundo y reservado. A diferencia de algunos de sus colegas más próximos, como Spielberg, su presencia es hermética, misteriosa. Observándole, el enigma de este valle secreto, de esta ciudadela victoriano-futurista vallada del mundo exterior, empieza a cobrar sentido…

Hábleme de este ‘Episodio II’. ¿Qué tiene de nuevo este ‘El ataque de los clones’ en relación a los otros títulos de la serie?

Esta película tiene algo más de historia de amor que las otras. Ésa es quizá la característica más destacada y completamente diferente del resto. Por lo demás, tiene las mismas batallas y elementos tradicionales de la serie, aunque quizá presentados de un modo más excitante y novedoso.

¿Es quizá una película más oscura?

Bueno, esta entrega tiene un tono similar a El imperio contraataca. La más oscura será la próxima.

Ésta es la primera gran producción totalmente digital…

Sí, es la primera que usa las nuevas cámaras digitales de 24 fotogramas por segundo.

¿Cree que esta nueva tecnología traerá consigo un nuevo modo de contar historias, una nueva gramática cinematográfica, del modo en que lo hizo el sonido?

Creo que lo que sucede es que esta tecnología libera la imaginación. Antes uno se enfrentaba a numerosas limitaciones físicas –dónde puedes mover la cámara, hasta qué altura, de qué modo…–, cuestiones técnicas, pero que de algún modo limitaban el modo en que se diseñaba una secuencia. Esta nueva tecnología te libera de esas limitaciones y permite una mayor libertad creativa al cineasta.

¿Cree que las implicaciones de esta nueva tecnología –distribución vía satélite, proyección digital en las salas, conexión de Internet de alta velocidad, etcétera– pueden cambiar el modo en que las películas se distribuyen y, en consecuencia, cambiar la estructura de los ‘carceleros’ del cine, los grandes estudios de Hollywood?

Sin duda. Creo que eso va a suceder.

¿Esa liberación de los grandes conglomerados en la estructura financiera de la industria cinematográfica será positiva?

Si, será extraordinariamente positiva para los cineastas. Ése es uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos ahora. En nuestro caso, por ejemplo, estamos teniendo muchos problemas para conseguir que las salas de exhibición instalen proyectores digitales. Teníamos que disponer de cientos y apenas tendremos un puñado. De algún modo, todos se han puesto contra nosotros. Pero no pueden hacer eso indefinidamente. Lo que la industria está haciendo es tratar de ganar algo de tiempo para averiguar cómo pueden controlar esta revolución tecnológica. Pero no creo que vayan a ser capaces de hacerlo. Todo esto acabará por tener un efecto dramático en rebajar lo que cuesta hacer cine; no sólo producirlo, sino distribuirlo. Esto abrirá nuevas oportunidades con exhibidores para abrir nuevos tipos de salas que permitan a películas más pequeñas encontrar una salida, un público.

Sus primeros proyectos nunca fueron comerciales, desde ‘THX 1138’ hasta ‘Apocalypse now’, que iba a dirigir usted. ¿Cree que el tremendo éxito de ‘La guerra de las galaxias’ le ha forzado a convertirse en un cineasta más popular de lo que quizá hubiera sido de no producirse este fenómeno?

No, no lo creo. Mi naturaleza está en hacer películas excéntricas y poco convencionales. Cuando hice American graffiti era algo muy desligado de los gustos imperantes. Nadie quería financiarla, y me llevó una eternidad conseguir apoyo para levantar el proyecto por muy poco dinero. Me decían que no era una película de verdad, que no tenía argumento, que era muy abstracta, con demasiada música. ¿Cómo podía hacerse una película que tuviera música constantemente de principio a fin? Había muchos aspectos que los distribuidores sencillamente no entendían. Por entonces era una película extrañísima. Ahora, ¡pfff!, ahora es la película más convencional que puedes imaginarte. De hecho pensé que aquello sería lo más popular que nunca iba a hacer. Entonces quise hacer La guerra de las galaxias y nadie quería financiarla. Que si era muy rara, que si era una película para niños, que si la ciencia-ficción no era un género popular… Además yo pretendía hacer algo que Hollywood no percibía como posible: cambiar el vocabulario cinematográfico en términos de efectos especiales, de narración visual –velocidad, cámaras en movimiento–, que tecnológicamente no eran posibles en aquel momento, y que ellos estaban convencidos de que yo no sabría o podría hacer. Y aunque era un proyecto barato (9 o 10 millones de dólares), se veía como algo muy raro, sin futuro, con toda una serie de complicaciones tecnológicas que nadie podía solucionar. Por ese motivo hubo gran resistencia por parte de mucha gente para involucrarse en el proyecto. Nadie lo entendía. Pero después, al igual que con American graffiti, la película resultó ser extraordinariamente comercial. Pero yo nunca pretendí hacer películas comerciales, y nadie creyó que lo fuesen hasta que se estrenaron. American graffiti estuvo a punto de no ser estrenada. Nadie pensaba que fuera a tener éxito hasta la segunda semana de estreno, en que empezaron a decir: esto va a ser grande, y aun así nadie imaginaba lo grande que iba a acabar siendo.

¿Es entonces accidental el hecho de que se haya convertido en el mayor cineasta independiente –y el de mayor éxito– de la historia y que crease su propio mundo aquí, lejos de Hollywood, o ya lo tenía en mente?

Eso es algo que yo ya intentaba hacer desde THX 1138. Francis [Coppola] y yo vinimos aquí, a San Francisco, para escapar de Hollywood. No queríamos tener nada que ver con ese sistema. Eran los años sesenta. Queríamos crear un nuevo sistema, un sistema basado en ideas personales, en proyectos que nos importasen de verdad, y no depender de una cadena de montaje en la que nos pasaran un encargo y nos dijesen lo que teníamos que hacer. Tuve la suerte de estar fuera del sistema al hacer THX 1138 y American graffiti, porque Hollywood las percibía como películas muy raras y por ello nadie me prestaba la más mínima atención, al menos hasta que estuvieron terminadas e intentaron cambiarlas o destrozarlas; pero en términos de trabajar en el guión, durante el rodaje, me dejaban en paz. Y me malacostumbré. Cuando hice La guerra de las galaxias exigí ese mismo nivel de independencia. Me fui a Inglaterra a rodarla. No la hice en este país. Estábamos tan lejos (de Hollywood) y la película les parecía tan extraña que no había mucho que pudieran hacer al respecto. Y después, al haber tenido todo ese poder en mis manos, no estaba dispuesto a renunciar a él. No es algo que esté en mi naturaleza, el dejar que la gente me diga cómo tengo que hacer mis películas. Así que, para bien o para mal, utilicé ese poder para ayudar a algunos amigos a que hiciesen sus propias películas y para hacer mis propias películas del modo en que quería, explicando las historias que yo quería. La verdad es que a muchas personas les resulta difícil creer que mis películas no están concebidas para ser tan comerciales como luego han resultado ser. Pero yo ni siquiera pienso en ellas de ese modo. De hecho, ya no tengo por qué. Hago lo que hago y ya está. La próxima entrega quizá no tenga tanto éxito como ésta. ¿Se aceptará la historia de amor? No lo sé. En la anterior, el colocar a un actor de nueve años en un papel protagonista no era una decisión muy sabia comercialmente, y, sin embargo, la película tuvo un gran éxito… Me basta con asegurarme de que se recupera la inversión realizada [hay que recordar que, desde La guerra de las galaxias, Lucas financia al cien por cien sus películas, a menudo vendiendo parte de los derechos de merchandising previamente, de tal modo que aunque ni un solo espectador acudiese a verlas serían un éxito financiero]. En general, la serie es tan fuerte que he llegado a pensar que, haga lo que haga en estas películas, la inversión siempre se va a recuperar. Eso me libera para hacer lo que realmente deseo hacer con ellas. Me gusta el mundo de La guerra de las galaxias, me gusta el género de cine juvenil… Se ha convertido en una aventura muy interesante para mí. Si me hubieran preguntado hace 30 años si esto es lo que iba a acabar haciendo, hubiera dicho: no, de ninguna manera. Ni se me habría pasado por la cabeza que acabaría haciendo películas de ciencia-ficción dirigidas a espectadores de 12 años. Hubiera dicho que hoy estaría haciendo documentales o películas avant-garde aquí en San Francisco… Pero aquí estoy, gozando de este gran éxito y sin ser parte del sistema. No podría ser parte del sistema.

¿Cómo cree que le percibe ese sistema, la maquinaria de Hollywood? Le ven aquí arriba, aislado, y tratan de imitar su éxito sin saber muy bien por dónde empezar.

Les resulto muy complicado. No me entienden. Ni lo que trato de hacer ni mi motivación para hacerlo. No entienden quién soy o lo que soy. No entienden ni las películas en sí. Hay una gran confusión por su parte, que va creciendo y que a menudo se transforma en animosidad. No les gusto.

¿Cree que les asusta la posibilidad de que su modo de funcionar altere la estructura financiera de la industria?

No les gusta en absoluto el hecho de que no tienen control alguno sobre mí. Y no quieren ver a otros cineastas hacer lo que yo estoy haciendo. Especialmente les molesta que esté impulsando el aspecto de avance tecnológico [Lucas se refiere sobre todo a la distribución y proyección digital]. Ese aspecto les horroriza porque temen que, de algún modo, eso les va a hacer perder el control que tienen. Ahora han formado un grupo contra mí, cerrando filas, para que yo no me salga con la mía. Pero sucederá igualmente. De hecho, tampoco tengo que empujar tan fuerte para que así sea. Puedo ver el futuro, y veo que este cambio va a pasar por encima de todos y que ellos no van a poder controlarlo.

Hace tiempo dijo que, de algún modo, el cine había reemplazado a la religión para las masas…

Lo que quería decir es que en muchos casos las películas se habían convertido en el lugar en el que muchas personas buscaban sus valores, cuál era su sitio en el mundo, en la sociedad…

Y entonces, ¿cuál cree que es la responsabilidad moral del medio? ¿Existe tal cosa?

Existe, sí. En la escuela de cine, una de las primeras asignaturas es ética cinematográfica, sobre cuáles son tus responsabilidades como cineasta… Una de las cosas más importantes que se dicen es que, hagas lo que hagas, te conviertes en un profesor. Tu conducta, lo que haces, enseña a los demás, les alecciona. Por eso debes ser muy consciente de lo que estás enseñando, de cómo vives tu vida. Si además tienes el privilegio de formar parte de las artes o de los medios de comunicación, tu voz es más grande, tu influencia sobre otros será mucho mayor. Y en casos como las telecomunicaciones o el cine tienes oportunidad de influenciar a cientos de millones de personas. Tu voz es muy, muy grande. Cuanto mayor es esa voz, mayor es tu responsabilidad. Mayor tu deber de preguntarte qué es lo que estás diciendo.

¿Trata entonces de proyectar algún tipo de valores, de mensaje?

No necesariamente, pero soy muy escrupuloso con lo que saco a la luz. Obviamente, estoy proyectando una visión y unos valores en lo que hago. Todos lo hacemos. Pero debido a que hago películas para gente más joven, soy mucho más consciente acerca de lo que estoy diciendo.

Más allá de ‘La guerra de las galaxias’, ¿cuáles son los proyectos que tiene en mente?

Tengo un montón de proyectos que están ahí esperándome y a los que estoy ya ansioso de poder dedicarme. Muchos de ellos tienen que ver con televisión. Me encantó hacer la serie de El joven Indiana Jones. También tengo una serie de largometrajes que quiero hacer. Estas películas que voy a rodar constituyen un considerable giro en relación al cine que he hecho hasta ahora. Serán películas más abstractas, jugando con la relación entre lo visual y lo sonoro, lo que de algún modo son mis raíces. Yo no provengo del mundo de la narración, aunque ahora haya acumulado un enorme bagaje a ese respecto y es algo que siempre vaya a utilizar; quiero adentrarme más en el cine puro. Creo que cuando acabe podré liberar muchas ideas, más provocativas. La guerra de las galaxias tiene un tono muy estilizado, muy exigente en su elaboración. Exige un estilo narrativo muy específico, un estilo de actuación muy concreto, un estilo cinematográfico –y particularmente musical– muy especial. Quiero ser coherente con el todo, y eso implica presiones, limitaciones. Ahora ya no me enfrento a las limitaciones tecnológicas que tenía antes, pero sí a las limitaciones estilísticas del universo creado para La guerra de las galaxias. Creo que ya he agotado las posibilidades de este registro y, por mucho que me guste, me apetece trabajar en otros estilos de narración, de actuación, gráficos… Cosas que quería hacer hace ya muchos años antes de quedar atrapado en este extraño y pequeño mundo.

Hablando de esa vuelta a los orígenes, ¿cómo ve la evolución del cine desde aquellos años sesenta en que usted, Spielberg, Coppola, Scorsese… irrumpieron en el panorama?, ¿cómo ve el cine de hoy?

Creo que el cine siempre ha sido bueno. Recientemente se dijo que el cine de hoy ya no es tan bueno como el de los años setenta. Obviamente, eso lo dijo alguien que sabe muy poco de cine. Cada año hay unas 10 o 20 películas que son fabulosas. Por supuesto, luego hay 300 o 400 que son terribles, pero eso siempre ha sido así y siempre será así. Porque es un medio difícil. Pero te expones a ser criticado al saltar al ruedo. Este mundo, tal y como yo lo veo, se divide entre creadores y destructores. Ambos coexisten. Eres lo uno o lo otro. Si eres un creador, en el momento en que empiezas a juzgar a otra gente, a despellejar a los demás, a decir que esto no es bueno, tienes que plantearte si estás aquí para destruir cosas o para construirlas. Yo prefiero ser uno de los creadores. Hay grupos de personas que dedican su vida a destruirlo todo. No estoy seguro de para qué sirve todo eso, pero quizá así justifiquen su posición. Creo que no importa lo que digan las críticas de hoy, lo que importa es lo que suceda dentro de 50 años. En 50 años veremos si las obras conservan su importancia o no. Veremos que las modas del momento desaparecen muy rápidamente, y la gran mayoría de críticas no son más que productos de la moda. En mi experiencia personal no me he encontrado con muchas críticas que sepan de lo que están hablando o que exhiban un mínimo de conocimiento cinematográfico; la mayoría de lo que se escribe, al menos en este país. En Europa es diferente, tal vez porque la gente allí entiende la historia del cine y aprecia el arte del cine. Pero aquí casi todos los que escriben críticas son cinematográficamente analfabetos.

Su amigo Steven Spielberg ha hecho algunas películas en los últimos años que parecen haberle ‘redimido’ a ojos de esos críticos a los que menciona. Parece que por fin le han perdonado y que ahora se ha transformado en ‘san Steven’ con ‘La lista de Schindler’ o ‘Salvar al soldado Ryan’… [Lucas se ríe, asintiendo]. Parece que él ha llegado a un punto en que siente la necesidad de contar esas historias con significación histórica.

Todo el mundo quiere contarlas.

¿Entonces vamos a ver una película de esas características firmada por George Lucas en el futuro inmediato?

Creo que yo estoy más orientado por otro camino. Obviamente habrá aspectos sociales, porque todas las películas son sobre algo, pero me parece que mi inclinación va más por algo estéticamente más atrevido. Hay experimentos que quiero llevar a cabo, pero… Yo hago mis películas para mí mismo. No me importa lo que éste o el otro piensen. Me trae sin cuidado. Lo que me importa es saber que consigo hacer lo que me había propuesto. Escucho a mis amigos. Escucho a Steve [Spielberg], a Brian [de Palma], a Francis [Coppola]… A veces les gusta lo que hago; a veces, no. Tampoco me digo: ¡oh!, no le gusta mi película, estoy destrozado. No. Pero si hago algo que sé que funciona y tiene fuerza, y además a Marty [Scorsese] le gusta, me siento bien. Pero si a algún crítico no le gusta, me trae absolutamente al pairo. Y no podría interesarme menos todo el montaje de los premios. No soy hombre para concursos de belleza o carreras de caballos. De hecho, ni siquiera estreno las películas con un plan específico para romper récords del mayor número de pantallas en un fin de semana o cosas por el estilo. Podría hacerlo, pero no entro en ese juego. Todo eso es algo que ha ido desarrollándose durante los últimos 20 años y que es una locura.

¿Son tal vez reflejo de los intentos de Hollywood por emular la estética del éxito que empieza con filmes como ‘La guerra de las galaxias’?

A mí y a Steven [Spielberg] nos echan la culpa de muchas cosas, pero la realidad de lo que está pasando en Hollywood es el resultado de la ascensión de las grandes corporaciones. No tiene nada que ver con Steven o conmigo. No tiene nada que ver con los superéxitos. Siempre ha habido éxitos. El nacimiento de una nación fue un gran éxito. Lo que el viento se llevó, Ben-Hur, Cleopatra… Desde el principio del cine se han hecho películas que se han convertido en éxitos gigantescos, eso no es algo que se inventase con Tiburón o El padrino. Toda esta idea de ponerle cifras a todo es un punto de vista muy periodístico. Es como la Bolsa. El [índice] Down sube, el Down baja… Todo esto ha sucedido porque las grandes corporaciones han absorbido la industria del cine. Y cuando eso sucedió, los medios de comunicación empezaron a reflejar las cosas como si todo formase parte de esas corporaciones. Ponen esas cifras para que sepas qué acciones comprar. Y a los medios de comunicación les encantan las carreras. Es como la página de deportes. La página más popular de todo el diario. ¿Quién ganó? Así que se contagió la idea y se preguntaron: ¿por qué no podemos decir quién ganó en las películas? ¿Quién ganó la subasta de Christie’s? ¿Picasso o Chagall? ¿Qué tiene que ver eso con nada? Es ridículo.

Lo es, pero lamentablemente forma parte de la cultura, de la sensibilidad popular…

Sí, pero es una sensibilidad corporativa, de Wall Street. Y esa sensibilidad es recogida por los medios de comunicación e inyectada en la cultura sin que tenga ningún punto de contacto con la realidad. Nos acusan [a Spielberg y a Lucas] de haber creado el blockbuster [nombre con el que la industria de Hollywood denomina los megaéxitos de taquilla], pero fue Wall Street quien lo inventó. Siempre había estado allí, pero sólo entonces (tras Tiburón y La guerra de las galaxias) empezaron a prestarle atención. Cuando una compañía tiene uno de estos éxitos entre manos, sus acciones suben. Y eso es lo único que a esta gente le importa. Pero eso no tiene absolutamente nada que ver con lo que yo hago, que es hacer películas, o con mi compañía, que no es una compañía que cotice en Bolsa, con lo cual tampoco tiene nada que ver conmigo. Y cuando mis películas pasan por el sistema, el sistema saca muy poco de ellas, con lo cual, si no funcionan en taquilla, no les afecta demasiado. Es una de las razones por las que no les gusto demasiado…

Cuanto más insiste George Lucas en lo poco que le importa lo que digan los críticos, más transparente se hace el resentimiento que le ocasiona la condescendencia con la que suele hablarse de él y de sus fábulas galácticas o la virulencia con que se le atribuye la paternidad del nihilismo mercantil que se ha impuesto como la moneda de cambio en el Hollywood corporarivo del milenio.

Derivamos la conversación hacia temas que le resultan más gratificantes: el sonido, el arte, la alquimia del cine. Es entonces cuando Lucas me ofrece un manifiesto improvisado que resume y sintetiza su cine y su mundo interior:

“Todas mis películas, de alguna manera, son películas mudas y están diseñadas como tales. Los efectos de sonido y la propia partitura musical se unen en un mosaico de sonido que se fusiona con la imagen para explicar la historia. El diálogo es razonablemente insignificante. Nunca he sido un gran fan del diálogo. Lo utilizo más como un efecto de sonido, como una pista o elemento para aclarar puntos de exposición en la trama; pero, en último término, una de las claves es que el espectador puede experimentar estas películas sólo a través de la imagen. Es debido al modo en que la historia se narra a través de la banda de sonido y las imágenes. Las palabras, los diálogos son un añadido que no es estrictamente necesario para que el todo funcione. Siempre he hecho eso y me gusta seguir haciéndolo. Es mi estilo, hacia lo que tiendo. He pasado mucho tiempo tratando la banda de sonido como un todo unificado, una mezcla de efectos, música, palabras… Algo que es casi poético, no literal. El sonido es el 50% de la experiencia. El cine es diferente a cualquier otro medio. En parte se parece a la música, pero también está conectado con las artes visuales, como la arquitectura o la pintura. Es gráfico. Y al unirse con el sonido, algunos elementos van a una parte de tu cerebro, otros a otra, y la combinación de ambos crea un estado similar al sueño. Ese estado onírico es algo muy primitivo, emocional. Es algo que puedes manipular para obtener un efecto muy profundo, que es lo que lo hace interesante…”.

A los pocos días de esta conversación nos llega la noticia del último adiós de Billy Wilder, y no puedo evitar preguntarme qué comentarios haría el maestro respecto a las teorías de Lucas sobre los diálogos y la narración. Quizá ese contraste habla mejor que nada del nuevo Hollywood de los últimos años, de ese Hollywood del que Lucas reniega con celo religioso, pero con el que muchos, quizá injustamente, le identifican. Poco después, contemplando algunos fragmentos de este nuevo El ataque de los clones en la sala de proyección de Lucasfilm, la disparidad entre el deslumbrante virtuosismo tecnológico de las imágenes y el primitivismo narrativo se hace de nuevo patente. Nadie ha hecho más que Lucas en las dos últimas décadas por impulsar las tecnologías de producción del cine, desde la edición electrónica hasta el sonido, los efectos visuales… Y nadie, quizá involuntariamente, ha propiciado tanto una era en la que las películas se ven reducidas a anuncios publicitarios de toda una gama de merchandising destinada a enriquecer ese contubernio infernal a medio camino entre la pesadilla orwelliana y Wall Street que Lucas se siente llamado a batallar, su leviatán personal.

Esta dualidad, este Lucas que se mira al espejo y lucha con sus molinos digitales, es la imagen más poderosa que me llevé al abandonar las puertas del Xanadú del Ciudadano Lucas para regresar al mundo real. Algo me dice que la batalla que le espera es dura. Al ver cerrarse las compuertas secretas del Skywalker Ranch a mis espaldas me sorprendo a mí mismo deseándole suerte, deseando que gane esa guerra. Por el cine. Por él. Por todos.

LA TRASTIENDA DEL IMPERIO

No es por casualidad que cada segundo de proyección de ‘El ataque de los clones’ cueste la friolera de 16.000 euros. Las 2 horas y 15 minutos de metraje contienen unos 2.200 planos. Ni uno solo de ellos está tal cual se filmó. Así es la trastienda de la factoría Lucas.

A la que sale el tema, George Lucas no pierde un segundo en contarte que el celuloide es un invento obsoleto y decimonónico. El futuro –y el presente– del cine es digital, asegura. Cuando este mes de mayo cientos de millones de fans en todo el mundo sientan cómo se les pone la piel de gallina al estallido sinfónico de John Williams sobre los títulos de este Episodio II, ese futuro digital se les va a lanzar al cuello y no les va a soltar por espacio de 2 horas y 15 minutos y de 2.200 planos en los que no hay uno solo que no contenga por lo menos uno, cuando no docenas, de efectos digitales. El ataque de los clones es la primera gran producción al cien por cien rodada en el soporte de vídeo digital a 24 fotogramas por segundo que Sony ha creado para Lucasfilm. Las cámaras son nuevas. Los objetivos son nuevos. Los microchips que procesan cada átomo de luz son nuevos. Y si de Lucas depende, pronto hasta el proyector de las salas de cine será nuevo.

El ataque de los clones narra el paso intermedio en el viaje de Anakin Skywalker, el Michael Jordan de los jedi, hacia las tinieblas de la fuerza. En esta ocasión, Anakin (Hayden Christopher), el futuro Darth Vader, se nos aparece como adolescente impetuoso y aficionado a la conducción peligrosa de todo tipo de artefactos siderales que se debate entre su romance con la suculenta princesa Padmé (Natalie Portman, adobada en toda suerte de modelitos de lo más sugerente y barroco) y las oscuras maquinaciones que tratarán de apartarle de la guía espiritual de su maestro Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) y arrastrarle en la ascensión del maligno imperio galáctico. No es Shakespeare, concedido, pero probablemente dará el pego.

Una amplia galería de personajes y criaturas –humanoides, virtuales e híbridas– nos acompañan en esta odisea donde, según las cifras que me comenta el productor Rick McCallum, cada segundo de proyección cuesta más o menos unos 16.000 euros. Todos ellos íntegramente financiados por Lucasfilm. Todos ellos previamente recuperados y rentabilizados meses antes de que un solo fotograma de la película sea proyectado, gracias a la estructura financiera del imperio Lucas, donde la cesión y venta de los derechos de merchandising convierten a George Lucas a la vez en el cineasta más independiente de la historia y en el que dispone de mayores medios a su alcance para hacer realidad sus proyectos. Pero, pese a la tormenta de millones, todo empieza en papel y lápiz. George Lucas escribe a mano en blocs de papel amarillo sentado al escritorio de su despacho en el rancho o, dos días a la semana, en una habitación en el primer piso de su casa en Mill Valley (a unos minutos del Skywalker Ranch), desde la que se contemplan los bosques embrujados del norte de California. Rick McCallum, productor de este Episodio II y también de La amenaza fantasma, lleva trabajando con Lucas desde los días de la serie de televisión El joven Indiana Jones. Con el tiempo se ha convertido en su mano derecha, y en la persona más próxima a ese hombre solitario y reservado de cuya imaginación ha brotado este imperio. Según me dice McCallum, escribir el guión es un calvario para Lucas. El rodaje no es más que una recogida de elementos, de piezas necesarias para luego, en la posproducción, crear realmente la película. Para El ataque de los clones, quizá alertado por la reacción de muchos de los seguidores de la serie ante lo anémico de la trama y los personajes de la entrega anterior, Lucas ha colaborado con el guionista inglés Jonathan Hales. Hales es un caballero de la vieja escuela cuya asociación con Lucas se remonta también a los días de El joven Indiana Jones. De hecho, la mayoría del equipo, y de la logística de producción de esta trilogía final de La guerra de las galaxias, viene de aquella serie, desde David Tatersall (director de fotografía) o Gavin Bouquet (diseñador de producción) hasta el propio McCallum. Lucas desconfía de los extraños, de todo lo que huela a Hollywood. Lucasfilm, aunque cotice alto en el índice 500 de la revista Fortune, es básicamente un negocio patriarcal, completamente alejado de la fría mecánica corporativa del Hollywood de hoy, un Wall Street de colorines cuya sola mención induce náuseas a Lucas. Dos días a la semana, George Lucas coge el coche y conduce 11 millas al este hasta un edificio en el centro de San Rafael cuya única señalización lo identifica como un anodino almacén de recambios industriales. Tras los muros de esta estructura se ha creado buena parte de las imágenes más prodigiosas del cine de los últimos 20 años, y allí es donde está cobrando forma, fotograma a fotograma, El ataque de los clones. Y es que en el interior de este hangar se oculta –por el momento– la factoría de efectos especiales de Lucasfilm, Industrial Light & Magic.

ILM, como se la conoce en la industria, es la verdadera protagonista de la serie La guerra de las galaxias. Si cabe, en este Episodio II su papel es todavía más radical. No hay un solo plano en toda la película que no haya sido manufacturado, procesado, retocado y resucitado por los magos digitales de ILM. Para esta cita con los fans, los propios decorados, los suelos, los muros, gran parte de los personajes, gran parte de todo lo que el espectador creerá que es real y tangible es un espejismo electrónico. Desde palacios renacentistas hasta megalópolis que cubren un planeta entero, desde un océano tenebroso hasta la mismísima plaza de España de Sevilla (recompuesta y reurbanizada por ILM), el arsenal de visiones que nos reserva este Episodio II es un alarde tecnológico nunca visto en las pantallas. Mientras ILM esculpe digitalmente cada plano de la película, lo que Lucas reconoce como el 50% de la experiencia, el sonido, se cocina en el mismo rancho, en la sala de control de Skywalker Sound, quizá el mejor estudio de sonido de la galaxia. Mientras John Williams compone la música de la película (sin la cual el propio Lucas admite que todas las películas de la serie quedarían reducidas a la miseria), en este complejo tiene lugar el montaje final de la imagen y la banda de sonido. El mismo complejo alberga la sala de proyección de Lucasfilm, un cine art déco equipado con un sistema de altavoces capaces de deshacerle al más pintado la piedra del riñón. No faltan toques pintorescos. A la entrada, uno se tropieza con una cafetera profesional con una placa conmemorativa que dice: “Donada por Francis Coppola para que se pueda uno tomar un maldito capuchino decente en este rancho”. Sobre la mesa de Lucas se puede ver un cuaderno amarillo y un atisbo de algunas líneas, quizá un esbozo de nuevas escenas para el Episodio III. Al salir del despacho, Lucas coge el bloc y se lo lleva. El futuro de Lucasfilm, un nuevo campus que se esta construyendo en el parque del Presidio de San Francisco y que albergará a ILM y otras ramas del imperio Lucas, pasa por ese bloc, por esas palabras anotadas a lápiz. De todos los efectos especiales que he visto en la factoría Lucas, por algún motivo ése es el más espectacular y el que siempre recordaré.

Fuente: El Pais Semanal
Enviado por: Lady Mon