TRIBUTO A SIR ALEC GUINNESSBiografía recopilada por: LadyMon del Sith
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"Nací en medio de la confusión y viví completamente inmerso en ella durante años. Tuve tres apellidos diferentes hasta los 14 años y me hospede en 30 hoteles, albergues y pisos distintos, de los que mi madre y yo nos íbamos sigilosamente dejando una estela de cuentas sin pagar". Aunque parezca el inicio de una triste novela de Dickens, de esas que llevara a la pantalla a principios de su carrera cinematográfica, se trata en realidad del arranque de las irónicas memorias de Alec Guinness. Nació en el londinense barrio de Marylebone, el 2 de abril de 1914. El pequeño Alec no conoció a su padre, ni siquiera supo con precisión quien era éste hasta que uno de sus biógrafos, John Russell Taylor, lo desveló en una biografía cuando el actor estaba a punto de cumplir 80 años. Su nacimiento, en palabras de Guinness, estuvo relacionado directamente con "un descuido" sucedido durante la Cowes Week, una fiesta muy elegante y el padre, muy posiblemente, fue Andrew Geddes, director general del Anglo-South American Bank. La costumbre de la época era que un amigo, en este caso un miembro de los poderosos cerveceros de Dublín, cediera amable y desinteresadamente su apellido al niño. Se educó en PEMBROKE LODGE y ROBOROUGH, EASTBOURNE, pero a pesar de sus ambiciones como actor, se unió a una firma de publicidad como copista a los 18 años para costear sus estudios en el estudio FAY COMPTON de arte dramático.
Sir John Gielgud, para los ingleses el mejor intérprete shakesperiano de la segunda mitad del siglo XX, fue uno de los primeros en fijarse en el formidable talento de Guinness. "En 1934 formé parte de un jurado que premiaba la mejor interpretación de fin de curso del Fay Compton School. Tuve que irme antes de la entrega del galardón porque tenía una representación, así que no pude saludar al vencedor. Pero sí recuerdo cuánto me impresionó aquel chaval con una cara triste y unas inmensas orejas. Semanas después vino a verme al camerino y, muerto de vergüenza, no quiso aceptarme una pocas libras. Cuatro años después le contraté para mi temporada en el Queen's Theatre. Y hasta ahora. Alec no es un hombre fácil, pero estoy encantado de haber contribuido en algo a su carrera". Gielgud, diez años mayor que Alec Guinness, falleció el pasado 20 de mayo.
Su debut teatral se produjo en la obra 'Queen cargo', en la que interpretó a tres personajes diferentes: un cocinero chino, un pirata francés y un marinero inglés. De 1934 a 1936 trabajó en la compañía teatral de su amigo Sir John Gielgud. De allí marchó al famoso Old Vic Theatre de Londres, donde destacaron sus interpretaciones en 'Cyrano de Bergerac', 'Ricardo III', 'El alquimista' y 'El rey Lear'. La segunda guerra mundial partió en dos su incipiente carrera, en 1941 se enroló en la Royal Navy como marinero, aunque Guinness también se hizo notar en el frente: fue el primer soldado que pisó tierras sicilianas con la Marina Real británica.
Aparte de un pequeño papel en una película llamada 'Eversong (1934)', su carrera no comenzó a funcionar hasta después de la II Guerra Mundial, a partir de los papeles llegaron con rapidez y en cantidad. Un papel principal en 'Cadenas Rotas (1946)' y 'Oliver Twist (1948)', bajo la dirección de David Lean, así como una larga lista de películas, la mayoría de ellas comedias, que demostraron su capacidad para interpretar diferentes papeles. Memorable fue su interpretación que hizo en 'Ocho Sentencias de Muerte (1949)' donde representó ocho personajes diferentes, incluido el de una mujer. A estas películas le siguieron otras comedias como 'Oro en Barras (1951)', 'El Hombre Vestido de Blanco (1951)' y 'El Quinteto de la Muerte (1955)'. Llegó a Hollywood en el otoño de 1955 para rodar 'El cisne' de Charles Vidor, junto a Grace Kelly y Louis Jourdan, iniciándose así una carrera imparable hacia el éxito. Entonces llegó su interpretación ganadora del Oscar en 'El Puente Sobre el Río Kwai (1959)' y, para poner el broche, su nombramiento como caballero, en ese mismo año. Anteriormente, en 1955, le habían concedido la Comander of the Order of the British Empire.
El ya Sir Alec Guinness prosiguió trabajando en películas que consolidaron su estatus como unos de los principales actores británicos. Entre ellas 'Lawrence de Arabia (1962)', 'La Caída del Imperio Romano (1965)', 'Doctor Zivago (1966)', 'Hitler, Los Ultimos Diez Días (1973). A sus 60 años, la saga de Star Wars (1977-1983) le hizo ganar una fortuna cuando interpretó a Obi Wan Kenobi, un caballero Jedi, gracias a su porcentaje en los beneficios (2,5%). Su carrera dio otro paso adelante cuando interpretó al personaje George Smiley de John Le Carré en la serie de televisión 'El Topo'.
Recientemente había aparecido en el telefilme americano "Eskimo Day" (1996), interpretando el papel de James. En 1980, Sir Alec fue galardonado con un Oscar Honorario "por hacer avanzar el arte de la interpretación cinematográfica a través de un gran número de interpretaciones memorables". De él se ha dicho: "Expresa más cosas Alec Guinness levantando un labio que cualquier actor gritando como un loco". Pero su considerable fama le dejaba impasible. "Solamente puedes ser tú mismo", dijo en una ocasión, "y estoy feliz por ser actor. Si intentara pavonearme, no sabría cómo comportarme. Si intentara ser una superestrella, me convertiría en un hazmerreír". Le molestaba hablar de su trabajo como actor. "La representación, afirmaba, es el resultado de mucha práctica, mucho trabajo artesanal y un poquito de misterio". Entre el cine y el teatro, prefería el teatro. "Odio trabajar en el cine a las siete de la mañana como ocurre con frecuencia. Es la hora del desayuno". Pero le hizo famoso una película 'El Puente sobre el Río Kwai', y sobre su personaje en esa película comentó: "No podía tomarme en serio el papel del coronel Nicholson, me parecía la caricatura de un oficial inglés, de modo que hice de él un hombre de tipo medio, digno, correcto y aburridísimo".
Se dice que odiaba a muerte Star Wars, ("aborrezco cada vez que alguien me menciona Star Wars".) la película que, curiosamente, le permitió vivir holgadamente los últimos años de su vida. Guinness comentó que la muerte de Obi Wan en el Episodio IV fue idea suya para no tener que estar demasiado involucrado en la película. También dijo que todas las cartas que recibió a raíz de su participación en Star Wars las tiraba a la basura sin abrirlas. Sobre el modo en que convenció a George Lucas para 'matar' a Obi Wan dijo: "Estuvo de acuerdo conmigo. Lo que no le dije fue que estaba harto de tener que decir toda esa cantidad de tonterías y de palabras banales.".
Es muy probable que su oscuro y desconocido origen marcaran su personalidad como actor y como hombre. Con un rostro anónimo, un apellido prestado y una timidez legendaria, ("Uno se hace actor para escapar de sí mismo" , manifestó en una de sus contadas declaraciones a la prensa), Alec Guinness hizo del disfraz y el transformismo, su escudo contra el mundo y su principal rasgo interpretativo: el arte de emboscarse bajo mil apariencias distintas. Cuando el ego de los otros actores era abonado por el reconocimiento y la persecución de sus fans, él disfrutaba pasando desapercibido por las calles de las principales ciudades del mundo. No le gustaban las lisonjas (en una ocasión se le dijo que él era el actor británico por excelencia a lo que contestó: "Pues yo creía que ese título le estaba reservado para David Niven...") y desconfiaban de todos aquellos que le comparaban a los grandes actores británicos del siglo, Lawrence Olivier, John Gielgud, Ralph Richardson, con quienes, por otra parte, podía medirse de igual a igual. Significativamente sus memorias se titularon originalmente "La Bendición del Disfraz" (En España se publicaron en 1986). En ellas Guinness define su profesión y desvela aspectos de su personalidad en el prólogo:"Un actor es un intérprete de las palabras de otros hombres, a menudo un alma que desea desvelarse al mundo pero no se atreve, un artesano, un saco de trucos, una bolsa de vanidad, un observador distante de la humanidad...".
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GEORGE LUCAS
Sir Alec era una persona amable, modesta y muy religiosa' TERENCI MOIX 'Sir Alec Guinness fue el actor clásico inglés que mayor fama internacional obtuvo a través del cine. Me refiero al conocimiento de las multitudes, por supuesto. Y es que mientras todo el mundo recuerda la perra que le cogió por aquel dichoso puente sobre el río Kwai, o los ocho papeles de Kind Hearts and Coronets, pocos espectadores que no sean adictos al West End londinense -es decir, la mayor parte de la humana especie- conocen a primeras figuras como Pamela Brown, Paul Scofield o Edith Evans (la mejor Lady Bracknell que la madre Oscar pudo imaginar). Si Alec encontró un vitalicio a partir de 1948, con la memorable versión de David Lean de Oliver Twist, aquél culmina con La guerra de las galaxias, donde interpretaba el papel de Obi-Wan Kenobi.
Particularmente, mi devoción por Guinness parte de dos papeles situados más a ras de tierra: su memorable Marco Aurelio en esta obra maestra incomprendida que es La caída del imperio romano -la madre de todos los Gladiators- y, especialmente, el papel del príncipe Faisal en Lawrence de Arabia , madre definitiva de todas las películas de desierto con loca sadomaso incluida. Se dirá que en la carrera de Sir Alec hubo papeles de mucho mayor lucimiento -a veces hasta excesivo-, pero lo que me apasiona de las dos interpretaciones citadas es el extraordinario mimo con que el intérprete trata un elemento -es decir, un don-, poco cuidado a veces en las películas: el idioma, en este caso el inglés, con todas sus riquezas. Durante años estuve utilizando esas películas para perfeccionar mi acento inglés, lo cual quería decir alejarme lo máximo del norteamericano, o lo que se hable en aquellas lejanas junglas. Utilicé también con profusión unas cassettes de gran utilidad en los años setenta, cuando aún no existía el vídeo: grandes piezas de la literatura interpretadas por las primeras figuras de la escena inglesa. Podía pasar de Dylan Thomas leído por Richard Burton a Próspero recitado por Gielgud. Y entre muchas auténticas perlas, en la voz de la sublime Claire Bloom, a la mejor Julieta del siglo. Curiosamente, me defraudó el Macbeth de sir Alec: por una rara ocasión, esa voz prodigiosa carecía de presencia, a la interpretación le faltaba autoridad y se perdía todo el clima maligno de la obra ("una obra que huele a azufre por los cuatro costados", me dijo un día Peter O'Toole). Pese a todo destacaba, como siempre, el exquisito cuidado del idioma, el gusto por los malabarismos en el ritmo, la magia en las flexiones. Nada de lo que me había enseñado el cine de los sábados. Y es que, seamos sinceros, entre el inglés de Alec Guinness y los escupitajos de Bogart existe la diferencia que va de la cultura a la barbarie. Claro que el gran cine siempre gastó bromas muy pesadas. Guinness tenía el idioma y Bogart la magia. Es como Marilyn: nunca podría interpretar a Porcia, pero me pregunto si le hacía puñetera falta siendo como fue una Lorelei Lee tan divina. El País. 8 de agosto de 2000. ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS 'A los ingleses les han mordido ayer de manera irreparable en la memoria, que para ellos no es memoria-museo sino memoria de vida, de su teatro. Cuando un coloso de la escena cambia de camerino y traslada sus bártulos ante los espejos iluminados de la otra orilla, deja detrás de sí un vacío hondísimo, un hueco irrellenable, y algo imposible de reemplazar se desvanece bruscamente con la desaparición de gente como Alec Guinness. Es difícil aquí, en latitudes cordiales menos envenenadas que la inglesa por la pasión del teatro, decir con precisión qué se nos muere con la muerte de Alec Guinness. No tuvimos la suerte de verle jugar un martes a ser el severo Gloster, un jueves a ser el desatado bufón y un sábado a ser el mismísimo vendaval del rey loco Lear. Cuentan que ésta su legendaria triangulación de la cumbre trágica de Shakespeare, que osó llevar al límite en sus años de estrella de la Royal Shakespeare Company, fue una de las hazañas mayores del teatro inglés de este tiempo, desde ayer un tiempo tocado del ala, que pierde capacidad de vuelo y se acaba como se fue acabando el otro día con la caída en dominó de otros gigantes de la escena -tan diferentes y tan complementarios de Alec Guinness- como Vittorio Gassman, John Gielgud y Walter Matthau. Lo que enmudece cuando cierra la boca un hombre de teatro como Alec Guinness y sus citados colegas nadie lo dijo mejor que un hombre de cine poco amigo del teatro, Clint Eastwood: "Cuando se calla para siempre un hombre no sólo se calla lo que dijo sino lo que dejó de decir".
Podía componer un personaje desmedido, barroco, sobrecargado, desmadrado, aplicando con arrolladora abundancia los recursos de la sobreactuación, y bordar con exactitud las turbulencias de Un genio anda suelto. Y, por el contrario, podía sujetar los derrames de su expresividad, reducir al mínimo su economía gestual, convertirse casi en un hombre pared, y bordar Oro en barras o El cisne o El hombre vestido de blanco o darnos la seca sacudida emocional que logró con su interpretación del personaje de John LeCarré en la versión televisiva de El hombre de Smiley. Podía Alec Guinness mover montañas con un pequeño esfuerzo verbal o gestual e incluso darnos un bofetón entre ojo y ojo con un matiz sumergido, casi invisible. Dominaba la contención, era prodigioso a la hora de dar elocuencia a los silencios y de convertir en voz el arte de escuchar. Se movía como nadie en la media tinta, pero cuando llegaba la hora de extralimitarse, muy pocos o quizá nadie era capaz de llegar tan lejos como él llegó. Su parodia del asesino sonriente de El quinteto de la muerte y su desbordada composición del pintor indigente de Un genio anda suelto, lo muestran como un actor histrión en permanente estado de trance, febril, casi sobrado de recursos, pero que, sin hacer ascos a ninguno de ellos, logra una especie de mágica y elegante geometría de la exageración, de mesura de lo desmedido. Porque cuando inesperadamente el pasmarote Alec Guinness de pronto estallaba ante una cámara, ni un regimiento de gesticuladores podía hacerle sombra. El País. 8 de agosto de 2000'. ÁLEX DE LA IGLESIA 'Ha muerto Alec Guinness, amigos. Ya sólo queda su sombra, su espada láser rodando sobre el pavimento de los oscuros corredores de la Estrella de la Muerte. La verdad es que yo siempre preferí el Reverso Oscuro. A mí el rollo de la Fuerza me iba bastante, pero el que realmente removía mis más bajos instintos de poder y venganza adolescentes era el gran Darth Vader, no el bueno de Obi-Wan. Por eso pienso que no soy yo el más indicado para escribir estas líneas. De hecho he de reconocer que uno de los grandes momentos de La guerra de las galaxias es la muerte de Obi-Wan, en manos del perverso y negrísimo Vader, a mitad de la película. Qué oscuro placer, qué gozoso recochineo ver triunfar de manera tan descarada al malo, al maravilloso villano. ¡Qué asombro, qué locura! Sí, sé que debo hablar de Obi-Wan, de la fuerza, del buen rollo, de los héroes.
Guiness es elegante, transigente con los errores de la juventud que le acompaña, implacable frente a la ignorancia y la brutalidad del Imperio, amable y dulcemente cínico con sus compañeros de viaje. Todo eso lo bordaba Guinness. El joven Skywalker y el bravo Han Solo encuentran su perfil perfectamente dibujado en las réplicas de Obi-Wan. Qué triste es ver al pobre Liam Neeson, intentando estar a su altura. ¡Qué ñoño y previsible es todo en esta desafortunada cuarta parte! ¡Y qué pazguata es la juventud de Obi-Wan Kenobi, Dios mío! ¿Dónde esta el amor, dónde esta la aventura, la épica de la primera y segunda entregas? Los fans lo tenemos muy duro con este pasado bochornoso descubierto recientemente por Lucas. Dichoso tú, Alec, que no tienes papel en la quinta, ni en la sexta parte. Aunque, ahora que lo pienso, quizá te resuciten digitalmente. Esperemos que no se les ocurra. ¡Lucas, por Dios, deja descansar a los héroes, no manches su pasado una vez más!. Firmado: Alec... de la Iglesia. El País. 8 de agosto de 2000' . MORIARTY de AIN'T NOT COOL 'Lo odio. Odio cuando abro mi buzón y hay treinta e-mails en una hora, todos sobre una misma cosa, lo que normalmente significa que alguien ha pasado a mejor vida. Especialmente odio cuando nos ha dejado un gigante... una leyenda... un artista verdaderamente asombroso como lo era Sir Alec Guinness. Nació en el Abril de 1914, y la sombra que ha proyectado sobre el arte de la actuación cinematográfica es enorme. Siempre recordaré la primera interpretación suya que vi que fue, como pasa con la mayoría de nosotros, cuando interpretó a Obi-Wan Kenobi en Star Wars. Con siete años de edad, nunca había visto un filme con alguien como Guinness en él. Había una centrada paz en él, en pantalla, que encontré inmediatamente icónica. Siempre recordaré esa pequeña sonrisa que mostraba ante Vader, justamente después de ver a Luke, y justamente antes de reenfocar el duelo y entregarse al infinito. Esa es una de las cosas que no hay guionista ni director que puedan crearlas, uno de esos pequeños y perfectos momentos humanos que ayudan a engrandecer el espectáculo de las Star Wars y hacerlo, definitivamente, una experiencia humana.
Hazte un favor a ti mismo. Vete a buscar una de sus comedias de la Ealing esta noche. Visiona The LadyKillers o Ocho Condenas de Muerte o El hombre del Traje Blanco. Ríe mientras las ves, y no te deshagas en lágrimas por la muerte de este gigante. Había una bondad, una generosidad de espíritu, que se van con él, y eso hace el trabajo que nos deja mucho más importante ahora. Trabajó muy duramente en el curso de su carrera para divertir, para iluminar, para inspirar. Honrale esta noche. Disfruta. Moriarty - 7 de agosto de 2.000. [www.aint-it-cool-news.com ] No se me ocurre como finalizar este tributo que se me antoja pequeño ante la magnitud de su legado. Como fan de Star Wars he perdido al Obi Wan de mi infancia. Como cinéfila he perdido a uno de los actores que mejores ratos me ha hecho pasar delante de la pantalla. Y como ser humano no puedo evitar que me venga a la mente el trozo de una canción que dice: 'los genios no deben morir' Descanse en paz Sir Alec. Descanse en paz, maestro. "No es igual la noche de la que despierto, a la próxima noche en la que volveré a soñar:
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